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Elefantes, algoritmos y Byung-Chul Han

Cuando estudiaba “Periodismo” en La Plata, tenía un profesor que nos interpelaba con preguntas que, en aquel contexto histórico de fines de los 70 -y con mis casi 20 años- no podía responder: “¿Cómo esconder un elefante en la calle Florida?” nos interrogaba ofreciendo la respuesta sin esperar: “llenando de elefantes la calle Florida”.

La metáfora no era caprichosa. Encerraba una lección de comunicación política que aún me acompaña. En aquellos años de dictadura, marcados por la censura, la idea de una saturación informativa parecía absurda, incluso impensable. Hoy, en cambio, se ha vuelto la norma: llenar el espacio comunicacional de ruido y contenido basura se ha convertido en una estrategia eficaz para reemplazar el diálogo por distracción, y el argumento por espectáculo.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han -reciente ganador del premio Princesa de Asturias- lo explica con claridad en su libro Infocracia: en la era de la sobreinformación, el ruido reemplaza al argumento, y la atención se convierte en el recurso más escaso y disputado”. Y analiza cómo el discurso político se disuelve en una lógica de likes, emociones inmediatas y viralidad, lo que impide la construcción de una esfera pública ilustrada. En este contexto, la figura del “ciudadano” es desplazada por la del “usuario”, cuya subjetividad es moldeada por plataformas que capturan, predicen y modulan sus deseos y decisiones.

Han plantea cómo la digitalización transformó las estructuras del poder, debilitando los fundamentos de la democracia liberal. Ya no vivimos -dice- bajo regímenes de dominación que ocultan información, como en las dictaduras del siglo XX, sino bajo una forma de poder que se ejerce a través de una saturación informativa, donde el exceso, más que la censura, impide la formación de una opinión pública crítica y cohesionada. La “infocracia” es, entonces, una forma de gobierno donde la transparencia, el big data y la optimización algorítmica se convierten en dispositivos de control y conformismo.

Una de las tesis centrales del libro es que el ideal democrático clásico -basado en el debate racional, el consenso deliberativo y la formación libre de la voluntad política- está siendo corroído por el flujo ininterrumpido de información. El poder infocrático ya no necesita reprimir ni coartar libertades de forma violenta: opera mediante una lógica seductora, mediante la gamificación, la autoexposición y la ilusión de participación.

Según Han, este nuevo poder es “más eficiente que las formas disciplinarias descritas por Foucault, pues actúa desde la libertad misma, internalizando el control en los sujetos”. La infocracia despolitiza, al reducir la acción colectiva a reacciones individuales y fragmentadas que no constituyen verdadero poder constituyente.

Hoy no solo hemos llenado de elefantes la calle Florida, sino todo el ecosistema informativo. El vértigo de datos y estímulos ha erosionado nuestra capacidad de reflexión, de escucha, de pausa. Pero Han no se queda en la denuncia. En las páginas finales de Infocracia, propone un giro: recuperar la lentitud, el silencio, los espacios de sombra. Resistir el mandato de la visibilidad total. En definitiva, nos invita a imaginar formas de vida menos sometidas al rendimiento y más abiertas a lo humano, a lo común, a lo verdaderamente político.

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